“¡Luke, no agarres esa espada de luz!” Ese fue mi último pensamiento coherente en 2015. Bueno, en realidad mi penúltimo pensamiento, luego pensé que debía sentarme a escribir y así lo hice. Según Valéry, quien más escribe menos piensa, así que en teoría, ahora mismo no pienso en nada más, sólo escribo lo que ya pensé sentada en mi butaca de la fila H de Cinemex, mientras veía el séptimo episodio de Star Wars, El despertar de la fuerza.
No me había dado cuenta de que todo esto de La Guerra de las Galaxias es en realidad una historia familiar cualquiera, donde los hijos siempre compiten por ser diferentes a sus padres (más malos, más buenos, más Jedi). ¡Justo como nosotros!
Una pareja interracial, una mujer que domina toda la Fuerza y el amor en la tercera edad son algunos de los aportes que hizo el director J.J. Abrams a esta histórica saga. Digamos que la actualizó sociológica y antropológicamente.
En realidad, a Abrams todo le salió bien. En su película, los protagonistas humanos son menos lindos y más humanos; hacen chistes, son torpes como aquel Han Solo que nos conquistó desde el principio; y los extraterrestres conservaron la imagen plástica de los originales. Aplausos. Puede que así Star Wars esté consolidando su propia estética visual, alejada del avance tecnológico y los cada vez “más desarrollados” efectos visuales. Ah, ¡muy importante! gracias a Abrams también supimos por qué la actriz que interpreta a la princesa Leia no triunfó en el cine a pesar del éxito de las primeras películas. (Es malísima.)
El otro aporte estrella del séptimo Episodio fue sacar de circulación cualquier alusión a la precuela (Epidosio I, II y III) dirigida por el mismísimo George Lucas. Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, y en los años noventa Lucas lo probó con creces. Aunque los muchachones de mi generación sigan babeando por Natalie Portman (y yo de tonta babeando por Ewan McGregor), la segunda trilogía filmada de Star Wars casi acaba con su carrera cinematográfica.
Muerto el perro se acabó la rabia, dirían en Cuba. Así que Star Wars ha tenido un nuevo comienzo en la historia del cine. ¡Y qué comienzo! Recaudó mil millones de dólares en sus primeros doce días en pantalla. (No, si yo te digo que el mundo está tan jodido que necesitamos refugiarnos en la ilusión de que todos los demás mundos del universo están más jodidos que el nuestro).

La humanización de la trama no es una novedad. Reiteró el conflicto original. En los próximos episodios veremos cómo el hijo de Leia, sobrino de Luke, heredero universal de Han Solo, es ahora quien quiere ser malo, malísimo, como su abuelo Darth Vader. Pero tiene competencia. El 2016 trajo al cine comercial otras historias familiares comunes. Como la de un hombre que, después de que lo ataca un oso, atraviesa un páramo helado solo para vengar la muerte de su hijo (The Revenant). O como la historia de un transexual que reniega durante toda su vida de su verdadera identidad porque su padre lo reprimió brutalmente cuando era pequeño (The Danish Girl). Anímense, más de uno tiene un traumático pasado. Por suerte, estos filmes ni sus posibles sucesores compiten por el mismo público. Excepto por ciertos frikies fanáticos de la literatura, el teatro y el cine, que en todo quieren ver reflejada una historia de familia. Pero esos no cuentan.