Mi país va conmigo. A veces he sentido la necesidad de gritarlo en una esquina, o en la oficina de una embajada o en el pasillo de una guagua. Mi país va conmigo y nadie debería decidir dónde debo plantar mis banderas, ni entonar mis himnos.
Gracias a esa isla en que me he convertido aprendí a perdonar a la mujer que, sin conocerme, se atreve a llamarme mediocre o a desearme el mal en algún mensaje perdido. Gracias a esta isla en que me he hecho fuerte he podido por fin aprender a amar a un hombre, entregarme a él sin pensar en los dolores del mañana.
No hay sufrimiento demasiado grande en esta isla que habito, solo el valor de seguir arriesgándome siempre al naufragio, porque en el riesgo hallaré las únicas vías de enorgullecer a mis propias orillas. En esta isla solo habitan las ganas de escribir, el impulso de escribir, la sed de leer y las olas de café, siempre expreso. Ahora me llaman migrante. Pero lo era ya, mucho antes de volverme isla.
Pero lo era ya, mucho antes de volverme isla y hacerme al mar. Y navegar…(y se me corren mil líneas) ¡Qué islita más bella es este texto!
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Ay María de mi corazón, tú, más que una isla, eres un continente.
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