I
Gustav Klimt pinta a dos amantes en El beso, en un beso. El hombre agarra el rostro de la mujer con sus manos hermosas, de dedos extremadamente largos. Ella cierra los ojos, se deja besar con calma. Se podría suponer que ella se deja besar por como sostiene una de las manos del amante, por como se engancha a su cuello, abandonándose al roce. Se diría que los dos juegan a olvidarse de sus cuerpos y del borde de ese abismo donde su beso se hace carne.
Los amantes se saben eternos, eternizados, y en la eternidad encuentran consuelo. Él la sostiene, ella lo sostiene. No caen. Los círculos concétricos del vestido femenino complementan las formas rectangulares de las ropas de él. Son seres que se acercan en sus diferencias. Por eso todo brilla alrededor de estos amantes y su beso.
II
Gustav Klimt pinta a dos amantes en El beso, en un beso. Pero la ternura que la imagen sugiere es, en sus detalles, muy ambigua. La mano de la mujer que envuelve el cuello de su amante no está en reposo, sino que se cierra en un gesto de duda. No puede haber calma en su postura, porque ella es la que está al borde del abismo, la primera que caerá si el beso se rompe.
Ella reconoce el peligro. Sin embargo, anhela la posibilidad de caer. No se agarra del brazo del amante, sino que intenta apartarlo. Para la mujer hay tanto riesgo en el abismo como en el beso.
Donde ella es flores de colores, él es hojas verdes; donde ella, círculos concéntricos, él es oscuros rectángulos. En esta lectura, los amantes nunca podrán complementarse. Es cierto que él la besa, pero probablemente con el recuerdo de otros besos. Esto se sabe porque él está de pie, distante. Esto se sabe porque él no la mira. Estos amantes no se miran.
III
Como en El beso de Klimt, hay amantes muy ambiguos. De esos que besan con pasión una mañana y que juegan a perderse en el abismo del silencio la noche siguiente. Como en El beso de Klimt, también hay amantes de diferentes universos que se eligen todos los días: hojas y flores que se juntan para echar raíces, sin temor a vivir en el borde del abismo. Amantes cobardes y amores valientes, según la lectura -o la vida- que cada uno elija.
Klimt pintó El beso después de haber sido acusado de pornógrafo por la Universidad de Viena. Tres pinturas suyas lo pusieron al borde de la censura porque se consideró que mostraban explícito contenido sexual en espacios destinados a la educación. Por eso en El beso (1908-1909), el artista intentó desbordar ternura. Pero acaso terminó tornándolo un retrato de sus propios miedos. Klimt es la mujer que se deja besar y es también el hombre que la besa. Klimt es la mujer que quiere saltar al abismo, pero es también el hombre que no la mira. Klimt es arte y amor, ambigüedad rodeada de luz.