A veces me tengo que ir de Cuba de nuevo, salir otra vez, hacer las maletas como hace años. Silenciar aquel grupo de WhatsApp que comparto con los amigos, avisarle a la familia de La Habana que no estaré disponible por un par de días. Entonces evito los periódicos que me hablan sobre Cuba, la música que me recuerda a Cuba, las fotos. Evito incluso mirarme en el espejo para no encontrar el mapa de Cuba que me tatué alguna vez en el brazo.
Aunque mi necesidad de irme mentalmente de Cuba se repite desde que vivía en Cuba, entiendo que ahora tengo el privilegio de cumplir mejor con la distancia estando realmente lejos. ¿Cómo se queda uno todos los días en la isla de la desilusión?
Una amiga me ha mandado una foto de sus hijos. Juegan el mismo juego de mesa que nosotras jugábamos hace veinte años, en la misma mesa de comedor donde jugábamos hace veinte años. Me parece absolutamente hermoso que esos muchachos hayan heredado nuestros juegos, que no los consuma el tiempo en una tableta ni en Internet, que sonrían mientras reparten propiedades de papel sentados en las mismas sillas donde mi amiga y yo fuimos tan felices.
Entonces empiezo a desear que esos niños no crezcan nunca, que pasen toda su vida sentados en la misma mesa, jugando el mismo juego, llenos de ilusiones. Me sorprendo deseando que nunca entiendan por qué su padre tiene que levantarse a las 6 y 30 de la mañana para marcar en una cola y comprar comida; ni por qué su madre se desgasta pensando en dónde podrá conseguir detergente para fregar los platos, ni por qué su tía es la que tiene que mandar medicinas desde tan lejos cuando hay una farmacia cada dos o tres cuadras, no digo ya mandarles zapatos y pasta de dientes, lo básico. Miro la foto tan llena de vida y colores, y lo único que pienso es que ojalá esos niños hermosos no entiendan nunca por qué la abuela que un día les dijo que iba un tiempo de paseo a algún lugar lejano ahora les dice que ya no a a volver, que es imposible que vuelva, que no está lista para enfrentar de nuevo ciertas cosas.
Miro la foto y entiendo que yo también tengo que irme otra vez de Cuba, al menos por unos días, irme otra vez del ministro que agrede; del periodista que se presta a poner el video de la agresión en cámara lenta para que no parezca tan violento; de las fotos de las colas, de los defensores a ultranza de un sistema en pedazos, de los que se creen dueños de las verdades absolutas. Tengo que irme de la gente que dejé en aquella isla, de las lágrimas que derramo en la desesperanza, de las risas de los momentos felices, de los besos que doy cuando amo. Porque al final cada vez que me voy de Cuba, yo me voy también de mí misma.
A veces, yo también tengo esa misma sensación. Más ahora que nunca. Abrazos.
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Sin dudas mi querida Yannis, es una sensación compartida. Abrazos para ti
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Un gran abrazo.
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